viernes, 12 de noviembre de 2010

Catequesis del íncubo


(Chiqui Mendoza: La Maga del paisaje)

Por José Acosta



Ese resplandor de lo que huye


Ojalá haya suficiente espacio
para esta vida

Sharon Olds




1


Hay un lugar sin luz donde las tinieblas terminan.
Es el reino de los Tirriantes Boé, en sus montañas
fabrican nuestras sombras, la vaca perdida del abuelo
pace allí. Allí está el lápiz que jamás encontraste,
los sueños olvidados, el rostro de los que se devuelven
a hacer asomo. Un espejo de madera seduce sus
distancias, atrae a esa mujer hermosa que muere
antes de tiempo y que a la orilla de la carretera
se materializa dando besos. Los hijos que tendrás
crecen en sus lejanías y juegan con tus presentimientos.
Jamás creas que tus gritos se gastan, no; allí tus gritos
continúan como un chorro de agua, y las palabras
se acumulan como en las cintas magnetofónicas.
Todo lo que pierdes descansa allí unos instantes.
Hay un ruido salado en sus rincones, un ataúd
impaciente, y el cencerro de la vaca de mi abuelo
entre las flores. Es un lugar distante que empieza justo
en la punta de los dedos.


2


Llegar al final de algo que jamás comenzó;
salir del cadáver ignorando qué fuimos;
entrar al mundo por primera vez como una raíz;
inventar la pared, las redes, las manos,
el humo allá adelante, de todas las ciudades.
Recibir lo mirado como una destrucción;
piedra sobre piedra olvidar las pisadas:
equilibrista que sobre lo azul se balancea,
palabra desgarrada dentro de un grito.
El abismo es la entrada rota a mi destino,
presiento mis huecos dispersos en el aire,
el sol de mis sentidos apagado en mis sueños.
A tientas he entrado, mudo, temeroso;
toco las orillas que aseguran mi cuerpo,
el lastre de sal que corre por mis venas,
la entrada sucia de mi boca muerta.
Apagados los ojos, rota la semejanza;
la vida da tumbos entre rejas yertas.


3


Es humana la fe que me sujeta,
nube de polvo que flota a la deriva
de la voz materna.
Un tumulto de rencores me ensombrece,
me mueve la mano que asesina, la boca que besa,
el cuchillo que se hunde como un grito,
el disparo que siembra un silencio.
Mas no es mi alma un sitio donde ponerme a salvo,
la eternidad es peligrosa más que mil infiernos,
la eternidad es una cárcel, ya conocéis la historia,
aún siento en la espalda el fulgor del Paraíso;
mi rostro de sangre asaltado en los caminos,
mi hermano más hermoso talado en mi mirada.
Confuso laberinto el recuerdo más dulce,
la imagen con la que rehacemos a nuestra madre
sin poder cerrarle los abismos.
De día vago con mi conciencia rota,
de noche todo el porvenir me es poco.


4


Una serpiente enreda mi mentira;
mi alma despoblada sale a flote,
a dentelladas destroza mis paredes.
Deslizo mi pertinaz sabiduría, mi palabra
se ahueca hasta mancharse de rojo, hasta caer
hendida entre mis dientes.
Un calor de paz me atemoriza, mi destino
es perecer en las redes de una oración.
Busco la luna que cayó en la arena
aquella tarde de resplandores tormentosos
en que la Tierra extravió su ruta y volando
retornó a mi Era. Esa luna es mi salvación,
es un tiempo que en el olvido permanece,
antes de nacer, en el espacio oscuro,
cuando todo se presiente, todo se figura,
todo se supone, hasta las llamas.
Cada cual está sujeto a una rueda eterna,
la mía es la luna, la luna caída.


5


Sospecho que ese brillo es mi mano,
lejana, en las aldeas, en los ojos de las fieras.
Con aire y círculos la noche se alimenta;
en el buril del sueño ladra mi cuchillo;
mi dedo me señala y me persiguen;
la uña es un oráculo traicionero que en la pared
dibuja el mapa que me contiene.
Escucho a los cazadores que incendian mi secreto
desarmando la brújula de mi corazón.
Mi yo está hecho de la maldad más pura,
mi rostro angelical torcido hacia la nada,
mi cuerpo encorvado hacia lo inexistente.
El final de la madrugada es un velo hermoso,
allí me arrodillo, allí clamo,
allí mi dios me odia hasta cerrarme su alma
en el redil donde descansan las ofrendas:
los toros más esbeltos, los inocentes cervatillos,
y la respiración del fuego.


6


Cuando te abandonen, cuando se hielen tus manos
y ya no respondas al teléfono
y en tu sillón favorito te empieces a podrir
con el televisor encendido, yo estaré ahí, a tu lado,
ayudándote a comprender, a aceptar el vuelo.
Buscaré tus sandalias favoritas en el desorden del armario,
abriré una brecha en tu pasado para saber tu nombre,
sólo para eso, porque ciertamente ya tú no eres ése
que anduvo en tu cuerpo, que vivió tu vida,
que alguna vez tocó la noche. No; ése ha muerto.
Tú eres siempre lo que serás, el que se rehace frente a ti
y huye hacia otro más distante.
Toma mi mano sin temor,
aunque nada recuerdas eso que aparece en la ventana
es el mundo; escucha las sirenas, las pisadas.
Ahora vamos a cruzar por la luz; mírala bien
que de ella está hecha la memoria
y ese mundo que ahora te desgarra.


7


Seguro has reparado en que algo te falta.
La mañana es un vacío enorme
y algo añades al mundo al abrir los ojos.
No sabes ciertamente qué extrañas,
eso inaprehensible, esa pieza extraviada del rompecabezas,
alguna puerta cerrada.
Pero sabes que eso te acompaña;
está ahí en la punta de la lengua,
en el recodo oscuro del zapato,
bajo la tela tenue que es la memoria.
A veces lo olvidas y vives plenamente;
sales de tu casa al despuntar el alba,
pero al entrar a la ciudad eso muerto resucita,
te deteriora por dentro, por fuera te lastima,
lo presientes a tu lado
como una cavidad de la vida,
intangible como los presentimientos.
Quizás has pensado en que es a ti a quien extrañas.


8


De repente un golpe te sacude,
te obliga a entender eso cerrado,
a ver como los gatos en la oscuridad.
Todo estaba ahí, justo ahí, tan cerca
que resulta increíble que desconocieras sus orillas,
su reluciente sima, su red de sentidos
y ese murmullo que de tanto oírse no se escucha.
Es tan duro, tan difícil
aceptar que ahora eso tiene significado,
tiene forma asible, tiene nombre,
que vuelves el rostro con un intento trunco
de ignorarlo.
Es que eras tan feliz cuando no lo entendías;
es que era tan agradable imaginarlo,
que ahora, al tenderlo en la razón, al tocarlo
se te convierte de pronto en algo tan nimio
que el resplandor de la pena te evapora,
te convierte de pronto en cualquier ser humano.


9


Has envejecido de repente,
entre ayer y hoy han pasado los años,
los médicos le llaman amnesia, amigo,
pero en ese tiempo ¿dónde habías estado?
En qué lugar tu espíritu extravió el camino,
qué potro domaste en esos territorios
con el cual viniste de regreso, abandonándolo sudoroso
del otro lado.
Nos dijiste que tomaste un tren, que llegaste a una
ciudad lluviosa donde las aves refulgían
como el fuego
y caminaste por su única calle
hasta un declive donde los hombres esperaban
por turnos entrar hacia la noche.
Para ti fue breve esa travesía, apenas
unos instantes, pero ya ves amigo mío,
la eternidad, con sólo rozarte,
te ha despedazado.


10


Acabas de salir del tiempo.
Tus manos tocan algo suave como una lágrima,
algo que sabes infinito
como la raíz de un árbol deshecho,
como un susurro subterráneo.
Es una hendidura dividiendo en dos tu sombra,
agrietando tu cáscara,
llenando tus visiones de cenizas,
borrándote,
limpiando tu memoria.
En un instante habrás olvidado lo que eres,
le temerás a tus sentidos,
al roce de tu propia mano.
Es tan seductora esa energía que te invade,
es como si fueras líquido
y de repente te derramaras llenando los espacios
intermoleculares de la tierra.
Es como si a la misma vez fueras todas las cosas del mundo.


11


Creer que somos más inmensos,
que alguien del infinito se acuerda de nosotros
y nunca olvidará venir a recogernos.
Que esta nube, estos árboles, es sólo cruzar
por un puente.
La distancia como un truco de espejos
y el océano una lágrima en los ojos.
En cualquier lugar las cosas nos mienten:
el portal que impide el paso a la tarde,
la luna muerta con una bandera en el pecho,
los satélites que atan nuestras voces.
Creer bajo la loza que no lloverá
y que las flores no pesan.
Que aún nos queda un cigarrillo antes del amanecer
como asegurándonos que también somos
sobrevivientes.
Que algo bueno traerá el mañana
en este billete de lotería.


12


Escuchas que te llaman desde donde
llamaron a Samuel.
Es un estruendo de aguas, la voz que al entrar,
al tocar lo finito, al chocar contra lo perecedero
se gasta antes de ser comprendida.
La eternidad no encaja en estos rincones
y al partir deja su mancha fosforescente en las cortinas
y ese presentido nombre con el que te levantan
desde una región olvidada.
Algo te dice que no sueñas,
que han llamado tu alma con un nombre líquido,
quizás con su nombre verdadero.
Te yergues y respondes; en tu cuerpo los susurros
como hormigas te dispersan
en las sedas de la noche.
Entrará a buscarte con una lámpara la mañana
y quizás te encuentre ayer
u hoy hecho jirones.


13


Golpeabas las piedras, los metales como exigiendo
una explicación.
Qué desolación, qué desamparo,
qué transparente horror no sentir nada.
Sólo sabes que allá adelante te odian;
allá, detrás de la luna.
Nadie te necesita para iniciar un Reino,
para abrir un camino de lágrimas,
para descifrar un murmullo.
Todo ha podido ser sin ti:
la piedra del abismo, el suicida que interrumpe
alguna reunión celestial,
el dios que desde la lámpara devora insectos.
Todo calla a tu paso
y aún no te has convencido
de que ese silencio es tu no-ser,
de que en realidad
no existes.


14


Allá adelante el futuro te reclama.
Tienes la certeza de que podrás llegar,
de que una mano misteriosa sostendrá el puente
que a cada paso tuyo se desmigaja.
Es una sensación extraña, es tal vez
la vida que emana de ti como un incendio
y te proyecta lejos, en alguna profecía.
Cómo escuchas tus pasos en lontananza,
tu voz alcanzando las palabras que emitirás,
y eso que retrocede agrandando la existencia.
Un oscuro revoloteo de ángeles
llena tus ojos de una clara claridad,
de ese viaje hacia el inicio del tiempo,
hacia la primera Voz
de la Creación.
No vuelvas el rostro en este instante supremo,
podrías ver tu ciudad destruyéndose,
frente a la estatua de sal de una mujer hermosa.

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